miércoles, 6 de abril de 2011

La Passio según María del Mar Peña

Jesús del Rescate llega a la Catedral (EFH)
Cien años de memoria se estaban dando la mano aquella mañana que, pese a tener la orla de una fecha señalada en los calendarios, no pertenecería nunca al tiempo, sino a la Historia. Y a Granada.
Cien años que nunca, -bajo un cielo de devoción que latía al capricho propio de la primavera bipolar de esta tierra-, fueron tan similares, tan parejos y simétricos en la distancia y en la completa disparidad de las épocas. Y así quiso amanecer el cielo con la ciudad cofrade, con mimo y emocionado. Y así no pudo contener las lágrimas bajo el capillo de las nubes. Pero eso sucedería más tarde, cuando un con Padrenuestro en los labios del horizonte, éstos temblaron levantando una brisa confusa por las comisuras de sus plazas y sus calles.

Así Granada amaneció nerviosa. Aún a día de hoy, mientras se asoma al Darro desde la Torre de la Vela, sigue sin tener claro si realmente despertó o simplemente siguió soñando: ¿quién de ustedes, cofrades, no tiene esa sensación?

Aún con los aromas de la madrugada del Viernes Santo prendidos en el pelo alborotado, Granada no atinaba qué ponerse. Desaliáda de frío y gris, entumecidos los sentidos y las articulaciones, fue entrando en calor cada uno de sus miembros, en las articulaciones que  confluyen en Plaza Nueva, en Santo Domingo, en Marqués de Gerona con la calle de los Mesones.

Allí me encontré a Granada como una niña en la mañana del 6 de enero, justo en ese enclave en donde puso una escenografía extraña e inaudita. Y es que ni ella misma se había atrevido a saber, a suponer ni a imaginar un momento como aquel.

¿Quién no sintió a Granada a su lado? ¿Quién no escuchó una sonrisa colectiva, envuelta en suspiros de nervios, en pellizcos desconocidos? ¿Quién no sintió el tacto cerrado de una complicidad casi ancestral contagiada de amigo a hermano? ¿Quién no abrazó a los conocidos, con derroche de emoción en los labios, como partícipes todos de una fantasía imposible hecha realidad en las calles? ¿Quién no se sintió cuerdo en mitad de tal delirio? ¿Quién no se sintió cofrade?

Pues allí, benditamente atrapada entre el mismo Realejo hecho Evangelio ante mí y Dios hecho Hombre y Redentor del mundo, Rescate de la humanidad detrás mío, me encontré a Granada. No tardé en reconocerla, en esa esquina de su propio corazón. La vi apretar la mano siempre protectora de su padre, de puntillas para no perderse detalle y estirando el tierno cuello todo cuanto podía mientras el asombro no le dejaba cerrar la boquita. La vi temblando en los ojos de un anciano que había recobrado la capacidad de asombro, una nueva ilusión de fervor calentándole el alma cansada, y que allí y desde entocnes perdió el miedo que toda una vida le había ido ingresando en las cuentas de su almade los Mesones. La vi en la mirada de los hermanos que sentíamos, al unísono, estar viviendo en primer persona del presente perfecto -el que da sentido al pasado y nunca muere en el futuro- un momento real de la Historia de nuestra devoción en aquella mañana de Sábado Santo.

Y lo que vino después... ya todo el mundo lo conoce. Pero aquella mañana Granada se hizo penitente, y se hizo escenario, testigo y apóstol de la Fe. Y la Fe se hizo Pasión: Passio Granatensis.

María del Mar Peña, colaboradora de Cruz de Guía y hermana del Rescate y Sentencia

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