miércoles, 23 de febrero de 2011

La Passio según Sergio Berbel

Detalle del paso de la Lanzada (AAC)

Consultados mil doctores y centenares ingentes de científicos, visionarios y lectores de estrellas habidas o no en el firmamento, decenas de presagiadores y de perturbados atropólogos, nadie ha encontrado aún explicación a tamaño evento. ¿Por qué amaneció tan temprano aquella mañana? ¿Por qué amaneció antes de amanecer sin haber amanecido? ¿Por qué ríos de canastos dorados bajaban al alba procedentes de un caudaloso río realejeño? ¿Por qué arroyos de Mora venían, paralelas sus aguas de gubias, al cauce del Darro? Si no era de día, no se ha encontrado aún explicación tras un millón de noches de desvelos sin pausa pero con causa.

Aquella mañana no amanecida y ya cuajada de pasos en tránsito hacia un punto común no era precisamente común. Más bien una rara excepción de los astros. Las coloridas flores se convertían en hierbas verdes, otro fenómeno curioso de aquella exhausta madrugada. Las siempre blancas plumas tornaron en negro. Las tradicionales vestimentas de los que sobre canastos vivían enlutaron sin previo aviso. Nacieron calaveras de zaidineros al pie de cruces de madera como si alguna mano las hubiera plantado sin permiso previo ni aviso humano. Ni la llegada de la nieve a Macondo hubiera abierto tan de par en par la boca de García Márquez.

Y las personas, imagino que aterradas ante tan extraño comportamiento de los fenómenos naturales, se arremolinaban apenas nacido el día a las puertas de su Catedral, implorando clemencia a sus Dioses, más de una decena de ellos que allí concurrieron ante la llamada imperiosa e insistente de sus fieles devotos a pesar de tan tempraneras peticiones en una amanecida previal al amanecer.

Y celebraron los venerados Dioses un extraño ritual conciliados en corro dentro de las naves catedralicias, y vieron esos Dioses que todo esto era bueno y que si había amanecido sin amanecer si quiera debería ser porque era justo y necesario, fruto de su deseo y sus creencias. Por eso decidieron celebrarlo paseando entre masas heterogéneas de mortales a la caída vespertina del día, entre jubilosos silencios del respetable allí congregado en cantidades insanas. Bautizando un millón de cabezas con sólo unas gotas de lluvia, porque es de Dioses ser caprichosos y juguetones. Y vencieron del buen gusto y la espera piadosa los Dioses, como siempre, como estaba escrito. Vinieron, vencieron, enamoraron y regresaron a sus aposentos.

Pero nunca se conoció que un Dios se retirara sin despedirse como Él mismo manda de su amante pueblo. Y por eso pasearon hasta tarde, entre Ellos coincidiendo, cruzando ríos zaidineros o bajando hasta territorios Fígares o empinando cuestas Albayzín arriba hasta el cielo.

Y los mortales durmieron más felices que nunca en sus vidas aquella noche, sin saber por qué amaneció sin amanecer en aquel día subrayado en los anales de sus vidas, o sin saber por qué no acababa de caer la noche sobre un romano fuera del paso asomado camino del Realejo. Nunca se supo por qué se comportaron así los Dioses aquel día, ni qué sentido tuvo todo aquello cuando ahora los padres se lo cuentan a sus hijos y los hijos a los nietos. El pueblo aún se lo pregunta cuando se reúne como siempre en torno a una hoguera. El pueblo sólo sabe que ojalá volviera a no amanecer amaneciendo como aquel día, y que ellos puedan volver a verlo.

Sergio Berbel, colaborador de Ser Cofrade y hermano de los Favores

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